miércoles, 2 de marzo de 2016

Como evitar una educación sobreprotectora a los niños con enfermedad crónica por Esther García Schmah


Hoy en este blog, contamos con una invitada de lujo, Esther García Schmah, autora del blog, Crónicas de una enferma crónica, del cual ya hemos hablado en una anterior entrada, y que recomiendo su visita. En esta ocasión, nos va a hablar desde su perspectiva como pedagoga y psicóloga, sobre un tema, que a mi me parece muy interesante: Cómo educar a un hijo con una patología crónica ( ya sea renal o de otra índole), para formar una persona autónoma sin caer en la sobreprotección. Aprovecho para agradecer públicamente a Esther su colaboración en este blog, y os dejo con su aportación sobre este tema tan interesante:   


Educación sobreprotectora”, probablemente todos los que somos padres o madres tenemos en la cabeza una idea de lo que significa, pero realmente no es tan sencillo discernir si estamos sobreprotegiendo a nuestros hijos a la hora de educarles. ¿Dónde están los límites entre una protección razonable y un exceso que pueda repercutir negativamente en el sano desarrollo? Porque sí, el exceso de protección, como cualquier exceso, también es malo.

La sobreprotección puede entenderse como la activación por parte de los padres de mecanismos que intentan eliminar o reducir al mínimo cualquier sensación o sentimiento de malestar en los hijos, tanto físico (un daño, un dolor,…) como mental (tristeza, malhumor,…) y se debe, por lo general, a una sobreestimación del “problema” o de las repercusiones que este puede generar. Por eso una buena forma de intentar evitar la sobreprotección es preguntarse siempre por las consecuencias (desde una visión objetiva lógicamente) que tendría que nuestro hijo hiciese aquello que nos preocupa. Porque no es lo mismo rasparse un brazo, que partirse una pierna o que romperse el cuello, evidentemente son tres consecuencias muy distintas que requieren de una diferente escala de respuestas. Si ante una perspectiva elevada del último supuesto tendremos que impedir la acción, no es lógica la misma respuesta ante la simple posibilidad de que se magulle una pierna.

La dificultad para poner una frontera clara se vuelve aún más evidente cuando se trata de niños que padecen alguna enfermedad o sufren una discapacidad. Por una parte el miedo a que su salud empeore, por otro el deseo normal de todo padre y madre de ahorrar a su hijo más sufrimiento (“pobrecito, ya tiene bastante con lo que le ha tocado vivir” es lo que se suele pensar) Pero me atrevería a decir que es en estos casos cuando más importante es que los padres hagan un ejercicio de reflexión y si es necesario de autocrítica, ya que son precisamente los niños con este tipo de dificultades los que más fácilmente pueden verse perjudicados por los peligros de la sobreprotección. Por ejemplo, no tiene sentido limitar sus actividades más allá de lo que el propio médico especialista recomiende. Muchas veces la respuesta no está en un “sí puede” o “no puede”, sino en adaptar las circunstancias para que el niño pueda realizar el mayor número de actividades posibles comunes al resto de sus compañeros de edad.

Cuando se pregunta a los padres qué desean para sus hijos cuando estos sean mayores, hay dos respuestas que suelen emerger por encima de cualquier otra, son: que sea feliz y que sea autónomo. Felicidad y autonomía ¡qué importantes! Son conceptos que a menudo se anteponen al deseo de “salud”. Porque todos sabemos que padecer una enfermedad crónica no tiene mayor relevancia si se alcanza la felicidad, pero quién quiere estar sano y ser infeliz.
El peligro de un ambiente que tiende a sobreproteger al menor es que no le permite desarrollar las herramientas que le abrirán el camino hacia esa deseada autonomía y felicidad. Esas herramientas indispensables son: la autoestima, el deseo de superación, la capacidad de esfuerzo,

Veamos un poco más en detalle cómo puede perjudicar una educación sobreprotectora:

-  Un niño sobreprotegido se vuelve dependiente (justo lo contrario de lo que deseamos) Si haces todo por ellos, ¿cómo aprenderán a hacer las cosas solos?.
-  Un niño que en su casa es criado entre algodones generalmente desarrolla problemas de timidez e inseguridad y le cuesta enfrentarse a las relaciones sociales fuera del hogar, en gran parte por falta de confianza en sí mismo.
- Cuando haces por tu hijo lo que podría hacer él mismo, aunque sea con la mejor voluntad del mundo, el mensaje que le llega a él es “que no le crees capaz” Este es un mensaje muy peligroso ya que los niños basan la imagen que tienen de sí mismos en el reflejo que les lanzan los demás, y muy especialmente sus padres. Si piensa que tú no le ves capaz, él no se verá capaz y desarrollará una baja autoestima; que a su vez disminuirá su deseo de asumir nuevos retos y hará que tú sigas asumiendo las responsabilidades por él (como una pescadilla que se muerde la cola)
-  La sobreprotección puede también favorecer el egoísmo. Todos los pequeños en sus primeros años viven la vida desde una perspectiva “egocéntrica”, esto significa que piensan que todo gira en torno a ellos, les cuesta entender que los demás tienen otros sentimientos, otras necesidades u otros modos de pensar. Esto va cambiando a medida que en casa se les va exige flexibilidad mental en forma de concesiones, obligaciones, etc. que implican el beneficio de todos. Cuándo en casa se hace todo pensando en no disgustarle (que no esté triste, que no se enfade,…) el niño nunca consigue trascender de esa visión egocéntrica del mundo y su tolerancia a la frustración se vuelve muy baja. Esto a lo largo de los años puede terminar convirtiendo al niño en un “pequeño tirano” que creerá tener derecho a exigir de sus padres todo lo que se le antoje.
-  Otro peligro es que el niño aprenda a percibir el mundo mucho más peligroso y sombrío de lo que es y se vuelva muy miedoso. Esto ocurre especialmente en los estilos sobreprotectores en los que los padres están continuamente prohibiendo o desaconsejando actividades con argumentos del tipo: “te vas a hacer daño”, “es peligroso”, “te vas a caer”,… Es fácil imaginar que esto lleva difícilmente a una independencia madura, lo más probable es que al alcanzar la adolescencia, la persona sea excesivamente retraída, con miedo a desarrollar cualquier actividad. También puede suceder, por el contrario,que el adolescente se percate del exceso de celo que ha vivido en casa y se vuelva rebelde e impulsivo, ignorando cualquier consejo por parte de sus padres.

Es evidente que el estilo de crianza sobreprotector no beneficia en nada a los hijos, ni a las expectativas de futuro que los padres tenemos para ellos. Educar personas realmente felices y autónomas significa dejar que vayan alcanzando la madurez de forma progresiva. La clave está:

-  En ofrecerles apoyo para enfrentar nuevos retos y no en hacer las cosas por ellos quitándoles capacidad de acción.
-  En tenderles la mano para que se levanten cuando caen y no en limpiarles todas las piedras del camino para que nunca tropiecen.
-  En darles obligaciones para que sientan que maduran y que son valiosos y no en quitarles responsabilidad.
- En creer que serán capaces de hacer lo que se propongan, para que ellos mismos crean en sus propias capacidades.


En el primer artículo que hice para mi propio blog hablé de que gracias a mis padres crecí sintiéndome como cualquier otro niño; todos los aspectos referidos a mi enfermedad eran algo secundario en mi vida. En aquel post escribí “si hay unos límites mucho peores que los de padecer una enfermedad grave, son los límites de vivir sintiéndose un enfermo”. Creo que esto refleja muy bien lo importante que es evitar el estilo educativo sobreprotector, especialmente en los niños enfermos.
Para terminar me gustaría darle las gracias al Dr. Álvaro Molina por ofrecerme la oportunidad de realizar una colaboración con este magnífico blog y proponerme un tema tan interesante.


Esther García Schmah

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entradas populares